Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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El último paso institucional se cumplió con la creación en 1939 de la Cámara de Fasces y Corporaciones, que incluía la Cámara de Diputados y las representaciones sindicales. Debería haber supuesto la coronación de las reformas constitucionales del fascismo; en realidad, decepcionaba a los dirigentes sindicales y a los políticos fascistas, como por ejemplo a Rossoni y Bottai, que habían imaginado en la fundación de una sociedad de productores y de un estado completamente nuevo y corporativo la desaparición del conflicto de clases en el país y la formación de nuevas formas de iniciativa pública y privada. En cambio, se presentaba como una estructura burocrática que dejaba mucha libertad a los grupos empresariales privados más tradicionales, mientras que los sindicalistas fascistas querían que se hubiese convertido con el tiempo en un instrumento de autogobierno de los trabajadores dependientes.

LOS NUEVOS ALIADOS: LA IGLESIA Y EL EJÉRCITO

Al entrar en guerra, en 1915, Italia había recibido el apoyo de la posición cautamente patriótica de los católicos, con reservas por parte del clero, del que solo una minoría se había declarado intervencionista. Pero durante la guerra la acción de los sacerdotes en el país y sobre todo en el ejército italiano se hizo esencial a la hora de mantener la esperanza y la disciplina en los momentos más difíciles del conflicto, especialmente después de la caída del frente en Caporetto. El clero combatía su propia batalla contra la superstición popular que se difundía en el país a través de un gran mercado de santos, escapularios y exvotos que eran repartidos entre la tropa y sus familiares. Solo una élite de sacerdotes había apoyado con convicción la intervención; entre estos se encontraba el médico y sacerdote franciscano Agostino Gemelli, que había sido integrado en el estado mayor del ejército no para el cuidado de las almas, sino para estudiar la mente de los combatientes. Fue uno de los primeros que peroró una gran propaganda entre las tropas cansadas y desmotivadas sobre la base de un análisis atento de la psicología de masas, siguiendo las teorías del francés Gustave Le Bon, cuyos trabajos habían alimentado sobre todo las lecturas de los socialistas y de los protofascistas de la época, entre ellos el mismo Mussolini. La actitud patriótica de la Iglesia católica durante el conflicto acercó el Estado italiano a la Santa Sede, presidida por el papa Benedicto XV. El Gobierno de Vittorio Emanuele Orlando, pues, empezó a tratar de resolver la cuestión romana, intentando asegurarse a cambio la ausencia de la diplomacia vaticana en la conferencia de paz de Versalles en el momento en el que se decidía el destino de los territorios pertenecientes a la católica Austria. Estos primeros contactos facilitarían la labor de Mussolini diez años después.

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