Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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La Gran Guerra también había conferido al vaticano una reputación de imparcialidad diplomática, a la cual recurrieron cada vez más los nuevos países surgidos del conflicto para obtener reconocimientos internacionales y para llegar, a través de la diplomacia vaticana, allá donde a menudo la diplomacia tradicional no podía o no quería llegar; de 1914 a 1933 aumentaron a más del doble los estados que mantenían relaciones diplomáticas constantes con la Santa Sede, llegando a alrededor de cuarenta. La Francia laica de la Tercera República restablecía en 1921 las relaciones diplomáticas con la Santa Sede; el mismo Hitler, inmediatamente después de su subida al poder, firmó un Reichskonkordat. Es, pues, evidente el prestigio que confirió a Mussolini acabar finalmente, el 11 de febrero de 1929, con las desavenencias que dividían a Italia y a la Santa Sede desde hacía más de cincuenta años, reconociendo al Vaticano como Estado y la extraterritorialidad de sus propiedades y poniendo fin oficialmente al laicismo del Estado italiano, querido por la clase dirigente liberal en el acto de unificación nacional. De hecho, las primeras grietas en el laicismo se habían producido antes del Concordato, con la introducción, a partir de 1923, del crucifijo y de las primeras nociones de educación religiosa en las escuelas, con una mayor presencia del clero en las instituciones y con la apertura de una universidad católica en Milán. El rescate del Banco de Roma, propiedad del Vaticano, que realizó el primer Gobierno Mussolini fue también una señal de la voluntad de acercamiento y de intereses comunes. Por su parte, el Vaticano había ayudado al fascismo en el momento de la consolidación de su poder, al privar de apoyo al Partido Popular y a los católicos abiertamente antifascistas y viendo con buenos ojos la confluencia de los católicos conservadores en las listas electorales con los fascistas y los nacionalistas.