Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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Se ha reflexionado poco sobre las convicciones religiosas del jefe del fascismo, Benito Mussolini, y sin embargo desde sus primeras entrevistas podemos trazar un recorrido que si bien no fue de conversión, tampoco fue de simple conveniencia. Nacido en una provincia profundamente anticlerical y educado políticamente laico, Mussolini se acercó a la Iglesia católica por oportunismo, para derrotar a los católicos: «en 1922 quería conceder a los populares algunos cargos en el Gobierno. Don Sturzo lo estropeó. Creía que podría seguir jugando conmigo como con Giolitti, y entonces lo tiré». El Concordato de 1929 representó para su régimen una gran operación política y su «conversión» al catolicismo, recurriendo a sacramentos como el matrimonio, fue necesaria para consolidar la relación sin llegar a la deferencia. Mussolini afirmó en la entrevista de 1932 que nunca se había inclinado a besar la mano del papa: «entonces me pregunté si un hombre con un poco de orgullo que no sea creyente debe someterse totalmente a estos formalismos», y se eximió. Pero al final de los primeros diez años de gobierno empezó a considerar la importancia de la relación entre César y Jesús con el propósito de crear un nuevo Imperio que se basase en la historia milenaria romana y cristiana: «el centro del mundo lo es solo en cuanto que tiene más historia que los demás. Jerusalén y Roma. ¿Qué importancia tiene lo demás a su lado?». Si bien nunca se mostró practicante, reconoció que «claro, si el hombre de Estado vive íntimamente en la religión de la mayoría de sus compatriotas esto se vuelve un especial punto de fuerza y de consenso» (Ludwig: 172-174).

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