Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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Otro aliado válido fue el ejército nacional, que hasta la consolidación del régimen había continuado manteniendo la función de controlador del orden público interno que las clases dirigentes le habían atribuido a lo largo del Ochocientos. Sin el ejército, o al menos sin la pasividad del ejército, el escuadrismo fascista no habría podido actuar impune en el país. En octubre de 1922 esta actitud fue premiada con los nombramientos del general Armando Diaz y del almirante Paolo EmilioThaon di Revel como ministro de Guerra y de la Marina respectivamente. Estos cargos demostraban la voluntad del primer Gobierno Mussolini de liberar a las jerarquías militares del control de los ministros burgueses que había caracterizado a los precedentes gobiernos liberales y de revalorizar los estados mayores, cuyo prestigio había sido fuertemente comprometido por la publicación en 1919 de los resultados de la investigación sobre las responsabilidades en Caporetto. La presencia de militares en el Gobierno tranquilizaba a una parte de la burguesía, asustada por la violencia escuadrista. Además, el ejército proporcionaba una serie de garantías y representaba no solo un cuerpo del Estado, sino un grupo de intereses económicos y sociales bien diferenciado. Su indiscutible fidelidad a la Corona aseguraba al rey y a los ambientes monárquicos y de la derecha tradicional que el ejército sería siempre un defensor de la Monarquía y del Estatuto (como de hecho lo fue en julio de 1943 proporcionando una salida a la crisis del fascismo con la destitución de Mussolini). Esta fidelidad de los oficiales efectivos del ejército estaba corroborada por el juramento al soberano y por la ausencia de una análoga obligación hacia el fascismo, obligación que en cambio se extendió con el paso del tiempo a todos los funcionarios del Estado. Recordando la intolerancia con la que la casta militar había visto las injerencias políticas durante la época liberal, Mussolini tuvo bajo control las iniciativas y las peticiones para que se fascistizase el ejército que provenían de exponentes de su mismo partido, como de De Vecchi, Farinacci y Balbo. En el respeto a esta autonomía, la Milizia (que durante la crisis Matteotti había recibido armas del Ministerio de la Guerra para prevenir cualquier intento de revuelta) fue siempre un cuerpo separado del ejército, aunque lo cierto es que hubo oficiales del ejército que cubrieron grados de la Milizia y fueron llamados a adiestrar a los jóvenes de las organizaciones de masas del Partido.

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