Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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A cambio, el régimen esperaba un apoyo del papado para reforzar su política exterior (recordemos que buena parte del personal diplomático vaticano era de origen italiano) en algunas áreas de expansión: en la medioriental, centrándose en la voluntad secular del papado de establecer nuevamente la presencia católica en Palestina, y en las comunidades católicas del Mediterráneo y en el área danubiano-balcánica, donde el Vaticano también empezaba a penetrar a finales de los años veinte para contrarrestar a la Iglesia ortodoxa, ligada a los nacionalismos. Italia contaba con que la Santa Sede se convirtiese en un aliado tanto en la función antibritánica como en la antifrancesa. Esperaba que su diplomacia transgrediese su tradicional neutralismo hacia un país protestante, Gran Bretaña, que controlaba los lugares sacros de la fe cristiana en Oriente; en cambio, era más difícil suscitar una actitud hostil hacia la presencia francesa en Oriente y en los Balcanes. A pesar de ello, el Vaticano se mantuvo equidistante durante mucho tiempo de las católicas Italia y Francia. Francia servía de garante de las instituciones católicas en los países del ex Imperio otomano y además estaba fuertemente vinculada con un tratado de defensa a la catolicísima Polonia, en la cual el futuro papa Pío XI, antes de subir al pontificado en 1922, había asistido personalmente al intento de conquista por parte de los bolcheviques. Por último, el Vaticano no estaba dispuesto a apoyar la política antiyugoslava del fascismo; sí que había contribuido a la italianización de las minorías lingüísticas alemana y eslava de las provincias anexas al reino italiano después de la guerra, sustituyendo o tranquilizando al clero de lengua no italiana, pero no estaba de acuerdo con la represión de los eslovenos y los croatas, no estaba dispuesto a seguir a Italia en una aventura en tierra yugoslava, sobre todo después de haber activado acuerdos con el Reino de Alejandro I gracias a la mediación francesa, y estaba a punto de activar una misión de evangelización en el área danubiano-balcánica. Por estas cuestiones, el conflicto entre Italia y el Vaticano fue muy fuerte en torno a 1931-1932, sumándose así las desavenencias internas relativas al cuidado de la juventud a las diferentes perspectivas en política exterior. Pero ambas diplomacias quedaron de acuerdo en la común misión de proteger a la católica Austria del apetito alemán. De hecho, a mediados de los años treinta, la relación entre el Vaticano y el nazismo daba señales de conflicto, a pesar de la firma de un Concordato. Pio XI no aceptaba el neopaganismo que se respiraba en la sociedad y en la cultura del III Reich y además censuraba la marginación, por no decir la persecución, del catolicismo alemán.