Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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El régimen fascista encontró, así pues, tanto en el clero católico como en los cuadros del ejército, válidos aliados. Las dos instituciones fueron empleadas en el país para educar a las nuevas generaciones de italianos en el orden, la disciplina, la obediencia y el patriotismo. Fueron un instrumento eficaz de movilización de las masas y de compensación para la pequeña burguesía patriótica, de este modo tranquilizada con respecto a los objetivos demasiado audaces del fascismo. En los años treinta la fe religiosa completó la religión civil del fascismo. Un estudio relativo al Día de la Fe (es decir, al acto en el que se ofrecía el anillo de boda para apoyar la campaña colonial en 1935) ha destacado símbolos y rituales cristianos que alimentaron el culto laico del Littorio: «Ministros de la Iglesia católica y gestos de culto garantizados por la tradición y por los dogmas religiosos» contribuyeron así en los años de máximo consenso a la movilización de las masas (Terhoeven: 18).

En esta compleja construcción no hay que olvidar a la monarquía. El fascismo italiano ha sido clasificado a menudo como un régimen totalitario imperfecto por estar aparentemente comprometido al estar construido sobre una diarquía, el Partido Fascista y la monarquía, y provisto de dos autoridades: el Duce y el rey. En realidad se trató de una operación hábil y compleja, completamente italiana en sus características, difícilmente comparable con el nazismo, que se estableció en una república agonizante después de que la derrota bélica hubiese acabado con el Imperio y con su monarca. En Italia, la dinastía de los Saboya se había fortalecido con la victoria en la Gran Guerra y gracias sobre todo al mito del rey soldado cultivado por y para Víctor Manuel III durante el conflicto. El antigiolittismo no era alimentado solo por los intelectuales meridionales antifascistas como Gaetano Salvemini, sino también por monárquicos para los cuales el liberalismo giolittiano era «la emanación de las antiguas castas piamontesas, dominadoras de jerarquías prefecticias» (De Secly: 5), que, según su punto de vista, tenían abandonado el sur. El encuentro entre fascismo y monarquía, junto con la transformación del Estado que consintió una mayor entrada en su administración de clases profesionales y de intelectuales meridionales, había convencido a muchos exborbónicos de que por fin se podía dar vida a una monarquía nacional al ser esta apoyada por un Gobierno fuerte, considerado expresión de una nueva clase finalmente nacional. Por otra parte «el Rey reina pero no gobierna», como destacó una de las voces intelectuales, Luigi De Secly.

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