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Más tarde, en el trabajo, entro a la sala y están proyectando “Los misterios de la magia negra”. Casi me caigo encima de un espectador. Le piso los juanetes. Para disculparme le regalo unas palomitas que compro con mi descuento de empleado. No puede ser coincidencia. Es una señal. No lo de haberle pisado los callos a uno de nuestros espectadores asiduos, sino lo de la magia negra. Trato de concentrarme y pensar. No sé si ahora imagino cosas, pero se me hace que anoche una de las pulseras de Jeoffrey se veía más clara, como si le hubieran trenzado unos cabellos güeros, güeros L’Oréal, como los de Carola.

Me persigno y como hace siglos que no lo hago me persigno mal. Me pone nerviosa que persignarme con la mano equivocada o desde un lado que no es vaya a resultar en una cosa diabólica. La señora de las lavadoras dijo que el maligno está en todas partes buscando donde meter la cola. Esa vieja perra me dejó paranoica. Voy al baño y leo la parte de atrás de la estampita. Poderosa Santísima, escucha mis ruegos para que venga a mí tu ayuda, solicito tu protección en esta situación tan difícil por la que atravieso, conoces el dolor por el que estoy padeciendo. No puedo terminar el rezo porque dan ganas de orinar del miedo.

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