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Confuso y preocupado me encaminé a casa y cuando vi a mi mamá, mi gran consultora, a la que muchas veces ponía en un brete con mis preguntas, dudas y curiosidades, a la que encontré en la cocina, terminando el condimento del almuerzo, dándole un beso y preguntándole a continuación:

–Mamá: ¿Cuántos niños Jesús hay?

–Uno solo, hijo mío –me dijo mi madre, extrañada por la pregunta.

–No, mamá, porque acabo de ver dos en la iglesia.

Mi madre se echó a reír, explicándome lo que significaba la reproducción de las imágenes, pero es muy cierto que tales explicaciones, a pesar de provenir de mi madre, no me cupieron en la cabeza, y tan no me convencieron que no volví a ocuparme del asunto, suspendiendo definitivamente mis visitas dominicales a la iglesia y como intuición madrileña suspendí también el devoto empleo de mi dos cuartos semanales.

Por entonces, entró como huésped en casa un estudiante de Medicina, ya talludito, recomendado a mi madre con gran interés por su familia, llamado don Tomás Vera y Rincón, confiándolo a su autoridad y cuidado como último recurso, dándole todos los derechos y poderes para sujetarle y hacerle estudiar a fin de lograr, si podía ser, que terminase la carrera, cosa que su padre, ya viudo, lo mismo que el resto de la familia, creían poco más que imposible después del tiempo que había perdido. Mi madre accedió, porque suponía su pensión una ayuda para nuestro sostenimiento y, sin embargo, posible fue enderezarle gracias a la entereza, los consejos y constante vigilancia de mi madre, hasta lograr el éxito del cometido que se le había confiado, porque don Tomás acabó la carrera con mucho lucimiento y con sorpresa de su padre y de toda la familia, estableciéndose enseguida como médico titular en un pueblo de la provincia de Madrid, llamado El Vellón, situado en la carretera de Francia, entre los pueblos El Millar y Torrelaguna, donde don Tomás había nacido y donde radicaba y residía toda su familia.


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