Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

49 страница из 96

En tercer lugar, la teoría de un proceso de civilización no puede explicar de manera adecuada la persistencia y la proliferación de la guerra. Como la violencia y la civilización se conceptualizan como fenómenos inversamente proporcionales, el corolario lógico de este modelo explicativo sería la disminución gradual de la acción violenta en todas sus formas. Y así es exactamente como Elias (2000: 318) interpreta la trayectoria histórica de las sociedades europeas, contrastando la situación de «pura enemistad a vida o muerte», que él asocia con el mundo premoderno, y un entorno social esencialmente pacífico de «sociedades más desarrolladas», donde los individuos son pacificados a través de la «ambivalencia de intereses». Sin embargo, en lugar de desaparecer a un ritmo constante, las guerras, las revoluciones, el terrorismo y otras formas de acción violenta se han expandido y también se han vuelto más mortíferas. Como ha documentado Tilly (2003: 55), solo el siglo XX fue testigo de más de 250 nuevas guerras con más de un millón de muertes al año. Este fue el siglo que dio origen a la guerra total, al Holocausto, a las cámaras de gas, a los gulags, a los ataques suicidas organizados y a la aniquilación atómica de ciudades enteras. A diferencia del diagnóstico de Elias, esa «pura enemistad» no es característica del mundo premoderno, donde la violencia era teatral, macabra e ineficiente, sino algo que surge con las guerras totales. Las dos guerras mundiales fueron la encarnación de las guerras totales industrializadas donde todos los recursos del Estado y la sociedad, incluidos todos los hombres y mujeres sanos, el transporte, el comercio, la producción industrial y las comunicaciones se pusieron a disposición del Estado en guerra. La guerra se convirtió no solo en un conflicto entre dos ejércitos, sino entre poblaciones enteras. La producción en cadena, la política de masas y las comunicaciones de masas fueron movilizadas para la destrucción masiva, ya que la guerra total eliminó la distinción entre Estado y sociedad, entre militar y civil y entre las esferas pública y privada. Las ideologías y estrategias militares detrás de estas dos guerras fueron concebidas y puestas en marcha por caballeros muy refinados y autodisciplinados empeñados en implementar la máxima de Clausewitz (1997: 6) sobre la guerra absoluta como un reino de «máxima violencia», donde una parte está decidida a aniquilar a la otra. La teoría del proceso de civilización no tiene respuesta para esta cuestión. Para Elias, la guerra es solo un epifenómeno que está destinado a desaparecer de manera gradual. En sus propias palabras, las atrocidades excesivas de la Primera Guerra Mundial son simplemente «un retroceso accidental, [...] uno de esos pequeños contramovimientos que surgen de continuo de la multiplicidad de los movimientos históricos dentro de cada escalón del proceso general» (Elias, 2000: 157). En lugar de ver la guerra como una pieza esencial del proceso de civilización, uno de los factores más importantes de la modernidad tal como la conocemos, Elias la ve como una «regresión temporal a la barbarie» (Elias, 1996: 308).

Правообладателям