Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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Por último, cuando los hechos van en contra de su teoría, Elias utiliza conceptos tales como el «proceso de descivilización» para salvar su modelo explicativo. Un ejemplo es cómo Elias explica el nazismo y el Holocausto, donde argumenta que el proceso de civilización puede, en ocasiones, revertirse. Así, los campos de concentración, las cámaras de gas, los amplios sistemas de tortura y el genocidio ya no se entienden como la «regresión más profunda a la barbarie», mediante la cual la guerra elimina todas las restricciones internas y externas y los individuos vuelven a su «yo animal». En particular, Elias (1996: 311) enfatiza el papel de agentes sociales concretos que están unidos a sistemas de creencias mantenidos irracionalmente con un «alto contenido de fantasía» que les proporcionó «un alto grado de satisfacción emocional inmediata». En otras palabras, ese proceso de descivilización elimina los beneficios civilizadores del pensamiento independiente y marca el regreso de las fantasías comunitarias con una carga emocional: «la mayoría de los líderes del [Partido nazi] eran de hecho “semieducados”»; «el credo nacionalsocialista, cuyo barniz pseudocientífico recubría un mito nacional primitivo y salvaje [...] que no [se sostenía] ante el juicio de personas con un nivel educativo más alto» (Elias, 1996: 315). Como muestran los estudios más recientes sobre el movimiento nazi (Mann, 2004; 2005; Burleigh, 2000; Jarausch, 1990), gran parte de sus líderes, así como de su apoyo de base, tenían estudios superiores. Muchos intelectuales alemanes, profesores universitarios y los miembros de una elite cultural más amplia simpatizaron con las ideas nacionalsocialistas, y su electorado principal tenía un nivel educativo más alto que el resto de la sociedad alemana. Por ejemplo, aproximadamente el «41 % de los miembros del SD [servicio de inteligencia nazi] tenían estudios superiores, en una época en que la media nacional era del 2 o el 3 %» (Burleigh, 2000: 186); los reclutas y los oficiales de las SS tenían un alto nivel educativo; o la mayoría de los médicos, jueces y abogados eran miembros del NSDAP. Como muestra Müller-Hill (1998), la mayoría de los comandantes de Einsatzkommandos (escuadrones de exterminio móviles), que fueron los principales protagonistas del genocidio, eran individuos con una excelente preparación: economistas, abogados y académicos. Más de dos tercios de estos comandantes poseían educación superior y un tercio se había doctorado. Asimismo, «la mitad de los estudiantes alemanes eran simpatizantes de los nazis en 1930»; «los profesionales con formación universitaria (es decir, los “profesionales académicos”) estaban sobrerrepresentados en el NSDAP y en los cuerpos de oficiales de las SA y las SS» (Mann, 2004: 165-166; Jarausch, 1990: 78). Si bien la ideología nacionalsocialista atrajo a muchos estratos sociales, algunos de los cuales tenían poca o ninguna formación, su base de apoyo ideológico fundamental fueron hombres jóvenes y con estudios: «El fascismo estaba conquistando a los varones jóvenes y educados porque se trataba de la última erudición de la mitad de un continente. Su resonancia ideológica en esa época [...] constituyó la principal razón de que se tratara de un movimiento generacional» (Mann, 2004: 167).

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