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El cabo José Souto leyó por segunda vez el informe y escribió las siguientes notas en su cuaderno cuadriculado:

Saltó el muro, pero no hay huellas de la caída por el lado de dentro.

Arrancó la cerradura de la cocina, no la forzó.

Fue directamente a los dormitorios de Rosalía y de la anciana.

¿Conocía la casa?

No buscó en los demás dormitorios. ¿Sabía que no había nadie más en casa?

Actuó muy deprisa. ¿Cómo encontró en tan poco tiempo los dos escondites secretos de las joyas?

Rosalía Besteiro mantuvo relaciones sexuales aquella tarde/noche. ¿Lo sabría Manuela? Si lo sabía, ¿por qué no nos dijo nada de ninguna visita en la tarde del miércoles? Enterarse de con quién.

José Souto miró el reloj y pensó que eran demasiadas preguntas para hacerse antes de comer. Estaba solo y tenía hambre. Cerró su libreta y se fue a la cantina.

Después de comer, cuando ya trabajaba de nuevo en su despacho, llegó Orjales, que había estado haciendo averiguaciones sobre Jacinto Sotillo, el marido de Manuela.

—Fui esta mañana a verlo a su casa, en Cee —le explicó a su jefe—. Jacinto trabajó varios años en los barcos de Pepe Veiga, el de la rula. Está en paro desde el verano, según me dijo. El hombre está acojonado porque piensa que su mujer se va a quedar ahora sin trabajo y no tienen un duro. Aún no han terminado de pagar la hipoteca del piso en donde viven ni las letras del coche. Tiene pinta de ser una buena persona y no noté nada raro mientras charlaba con él. No se asustó cuando me vio llegar y le dije que quería interrogarlo. El tipo no es muy hablador, y tampoco me pareció que le interesara demasiado o le afectara lo que les ocurrió a la señora Besteiro y a su hija. Solo piensa en que su mujer se va a quedar sin trabajo, aunque de momento el viudo no le ha dicho nada y ella sigue yendo a limpiar el chalé. Después de hablar con él, estuve con Veiga. Me dijo que Sotillo era un marinero como los demás, ni mejor ni peor. Lo despidió porque tuvo que enviar el Santa Mariña al desguace; era el pesquero más viejo que tenía y, por lo visto, costaba más mantenerlo a flote que lo que rendía. Otros cuatro marineros se fueron al paro. No le saqué nada interesante ni quise dar la impresión de que sospecháramos de él o algo por el estilo. Le dije que eran comprobaciones rutinarias, lo de siempre.

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