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—Sí, sé algo más. Conozco muy bien a Manuela, la criada de doña Consuelo. Está casada con Jacinto Sotillo. Jacinto es marinero, igual que su padre, que iba con el mío en el mismo barco cuando naufragaron. —Se quedó callada un momento, dejó de abrir con la uña el percebe que tenía entre los dedos y añadió con amargura—: Murieron los dos. Ya sabes por qué llaman a esta comarca Costa da Morte.

Santos asintió con la cabeza y no dijo nada. Observó el bello rostro de su amiga y esperó a que se repusiera de su momento de dolor. Él sabía que su padre había muerto en un naufragio; se lo había dicho Lolita cuando le habló de ella antes de presentársela, pero Marimar nunca lo había mencionado.

—Me preguntabas si sabía algo más del crimen —dijo finalmente mirándolo y reanudando su pelea con el percebe—. La verdad es que nunca se sabe exactamente lo que ocurrió cuando uno se entera de un crimen; ni siquiera muchas veces lo sabe el mismo criminal. Consuelo Pino era una señora muy rica. Eso debió de atraer al ladrón que la mató. La pobre mujer estaba ya a punto de morirse. Apenas podía hablar y no se movía de la cama. Hay que ser muy hijo de puta para dispararle un tiro a la cabeza a una anciana que está inválida en la cama. ¿Qué podía temer el ladrón? ¿Que la vieja lo hubiera reconocido? ¡No me jodas! Lo de su hija Rosalía es distinto. Ella pudo sorprenderlo y reconocerlo, pero… —se quedó callada.

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