Читать книгу Doble crimen en Finisterre онлайн

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Un abismo aparentemente insalvable separaba a Julio César Santos, típico señorito madrileño, rico, guapo, presumido y de exquisitos modales y a Marimar, de origen humilde, poco refinada y de lenguaje vulgar, pero de excepcional y turbadora belleza. Desde aquel encuentro en el bar de Corcubión, cuando Marimar le preguntó a Santos si todos los madrileños eran tan pijos2, algo parecido a un poderoso efecto gravitatorio entre ambos niveló las diferencias, ajustó los relieves y encajó sus personalidades con notable precisión. Sin embargo, no fue solo el atractivo físico lo que los conectó. El tiempo y algunos acontecimientos de cierta intensidad reafirmaron su profunda relación, que no desechó las relaciones sexuales esporádicas, pero que ninguno de los dos asoció con el amor. O no se atrevió a hacerlo.

Después de hablar con Marimar, el detective llamó a Armando, el viejo marinero que le había vendido su lancha de pescador el verano anterior y que se la cuidaba durante el invierno; le pidió que la pusiera a punto porque deseaba darse una vuelta por la ría antes de comer, aprovechando que hacía buen tiempo. El viejo, que seguía usándola de vez en cuando, le dijo que la lancha estaba lista y que solo necesitaba retirar la lona que la cubría. Quedaron en encontrarse a las doce en el Bar del Puerto.

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