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—En la cama. En mi piso de Coruña. Cené con unos amigos y como había dejado mi coche en el taller, me llevaron a casa sobre las doce. Tenemos una muchacha interna. Cuando llegué, estaba levantada viendo la televisión. Nos dimos las buenas noches. Por la mañana, me preparó el desayuno a las ocho y media, como de costumbre, antes de irme a trabajar. —García se quedó dudando un momento, sonrió, miró a los guardias y añadió—: La criada no duerme conmigo, ¿saben? O sea que no puede asegurar que yo estuviera acostado a las dos, claro. Aunque sí puede afirmar que dormí en mi cama, pues tuvo que hacerla por la mañana, y supongo que me oiría levantarme, ducharme y todo eso. Me vinieron a buscar del taller a las nueve.

—¿Lleva mucho tiempo con usted la muchacha?

—No. —García no pudo ocultar un gesto de fastidio—. Solo unos meses. La que teníamos desde hacía años se fue antes del verano.

El cabo Souto le dio las gracias y se fueron. Ya en el coche, que conducía Verónica Lago, esta le preguntó al cabo qué le había parecido Marcelino García y qué pensaba de lo que había dicho. El cabo le contestó mirando hacia delante, como si hablara solo:

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