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El cabo primero José Souto apreciaba demasiado a Julio César Santos, valoraba su capacidad y confiaba en su discreción lo suficiente como para permitirse aquel leve desliz en su inquebrantable respeto por la disciplina militar.

Capítulo IV

1

Como tantas otras veces, y a pesar de las puyas que el cabo José Souto y su amigo el detective Julio César Santos se lanzaban mutuamente, después de cenar, ambos se relajaron y se sentaron en el salón a tomar una copa y charlar de los asesinatos, que eran la principal comidilla del pueblo. Santos sacó a relucir el tema con suma delicadeza porque no quería provocar la espantada de su amigo, poco proclive a comentar asuntos relacionados con el trabajo cuando estaba en su casa. Pero Souto se fue dejando llevar poco a poco, hasta abordar el problema que ocupaba su pensamiento por entero y del que era incapaz de liberarse.

—Ya sé que no te gusta hablar de trabajo, Pepe —había empezado a decir prudentemente Santos después de tomar el primer trago—, pero podemos hacer algo sin la presión que supone trabajar sobre un problema real. ¿Por qué no hablamos de los asesinatos como lo harían dos investigadores en una obra de ficción?

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