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Tras un corto silencio, que el detective no quiso romper, el cabo Souto sentenció con voz grave:

—No puede ser. No es un robo normal.

A César Santos le pareció que Souto había terminado su discurso y le preguntó si podía ver las fotografías que habían hecho con el móvil. El cabo no le contestó. Sacó su teléfono del bolsillo, abrió la galería de fotos y se lo pasó. Santos fue mirando de una en una las fotos que Taboada le había transferido al cabo, tomándose su tiempo y ampliando alguna con el pulgar y el índice.

—Estoy de acuerdo contigo —afirmó tajante al terminar de verlas todas.

—¿En qué, concretamente? —Souto parecía despertar de un sueño.

—En que nada de lo que me acabas de contar concuerda, en mi opinión, con la forma de actuar propia de un ladrón. Más bien parece, diría yo, la actuación de alguien que hubiera tomado la decisión de matar a las dos mujeres simulando un robo, pero sin terminar de planificar concienzudamente la forma de hacerlo para no ser descubierto. O sea, una chapuza.

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