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—Yo me hago también otras preguntas —dijo el cabo—. Efectivamente, no es normal que un ladrón que entra de noche en una casa de dos plantas empiece a buscar objetos de valor por los dormitorios, donde se supone que hay gente durmiendo; es prácticamente imposible hacerlo sin que nadie se despierte, pues hay que ir con linterna, abrir armarios, cajones y cajas dentro de los dormitorios y se hace ruido. Lo lógico es que busque plata, cuadros o dinero en los salones, la biblioteca o el comedor.

—Cierto. Y yo me pregunto también si conocía la casa y sabía quién vivía allí. La respuesta es: sí. Porque, si fuera al azar, un ladrón profesional tomaría otras precauciones, como dejar un cómplice fuera, en el coche, para avisar si aparecía alguien o por si hubiera que salir a toda pastilla. ¿No crees?

—Estoy completamente de acuerdo. Lo que yo me pregunto es si todas esas cosas raras son producto de la incompetencia del asesino o fueron calculadas para despistarnos. A veces, un comportamiento en apariencia torpe oculta una maniobra inteligente.

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