Читать книгу Doble crimen en Finisterre онлайн

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—Me parece, señor Canido —el tono del cabo se volvió complaciente—, que tiene usted una idea equivocada sobre cómo hacemos las cosas en la Guardia Civil. Un familiar o una persona del entorno de las víctimas, en un caso tan trágico como el que estamos investigando, puede parecernos sospechoso, lo no quiere decir que ignoremos el principio de que nadie es culpable mientras no se demuestre que lo es y sea condenado por ello. Somos profesionales, amigo mío, y no hay ninguna razón para pensar que vayamos a tratarlo a usted o a cualquier otra persona sin el debido respeto. De modo que, ahora que está aquí, le ruego que se relaje y haga un esfuerzo para comprender que estamos haciendo nuestro trabajo. Si considera que le falto en algo, no dude en decírmelo, señor Canido.

Souto lo miró a los ojos y guardó voluntariamente un largo silencio para ver cómo reaccionaba. El hombre permaneció callado y con aspecto de estar concentrado en sus recuerdos. Al cabo Souto le dio la impresión de que Canido, fuera de su ambiente, era una persona tímida y que, por lo tanto, debería de sentirse completamente desplazado en un puesto de la Guardia Civil, lugar, sin duda, poco sugerente para un decorador. Su aspecto, hasta cierto punto cercano al amaneramiento, denotaba propensión a la trivialidad, lo que acentuaría su sensación de inferioridad. Por eso, el cabo Souto sintió lástima y abandonó por un instante su intención de tratarlo como a un sospechoso. Si aquel hombre amaba de verdad a Rosalía Besteiro, debía de sufrir y, por lo tanto, él estaba obligado moralmente a respetar su dolor.

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