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—¿Diseñaba usted sus muebles?

—¡No! Yo no diseño muebles. Soy decorador, no diseñador. Yo busco los muebles que recomiendo en revistas de moda, en establecimientos especializados, en ferias de decoración o en mis proveedores. A mis clientes les presento diversos modelos y combinaciones, les recomiendo esto o aquello, les propongo soluciones prácticas o decorativas no solo de muebles, también de telas, pinturas, plantas y otros muchos elementos decorativos.

—Comprendo —lo cortó Souto temiendo que se extendiera demasiado en detalles que no le interesaban en absoluto—. Dígame una cosa. En el salón principal de la casa de los Besteiro hay un escritorio grande, ¿sabe a qué me refiero?

—Sí, claro. Ese escritorio es muy bonito, por cierto, pero no se lo puse yo. Ya lo tenía doña Consuelo en la casa cuando conocí a su hija, hace cinco años. ¿Por qué me lo pregunta?

El cabo Souto no le contestó. Aun sin dejar de considerar a aquel hombre sospechoso, como a todas las personas del entorno de las víctimas, no encontró en él ninguno de los elementos característicos que, según su experiencia, marcaban con mayor o menor intensidad el comportamiento de los delincuentes. Parecía sincero, afectado y natural. De modo que no trató de acosarlo y le preguntó en un tono más relajado:

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