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Souto lo miró con un gesto de desconfianza.

—Explícate mejor, César. No veo dónde quieres ir a parar.

—Quiero decir que, puesto que en este momento no estamos trabajando ninguno de los dos, aunque no por eso el tema de los asesinatos deje de ser algo que nos interesa, podríamos imaginar, mientras tomamos una copa, que somos Holmes y Poirot, por ejemplo, e intercambiar pareceres sobre un crimen imaginario del que tuviéramos los mismos datos que tienes tú sobre la muerte de esas pobres señoras.

—¿Y?

—En ese supuesto, sin temor a que nadie conozca nuestras conclusiones o nuestras deducciones, solo por simple diversión, podríamos discutir sobre las apariencias y los hechos.

—Eres muy fino, César. Con tal de liarme, no sabes qué inventar.

—En serio, Pepe. No seas negativo. Mañana, en tu despacho, puedes hacer lo que te parezca con tus colaboradores, pero ahora, aquí, tú y yo solos, ¿por qué diablos no podemos hablar de ese crimen como dos colegas que elucubran libremente sobre un caso? Es un privilegio que nos otorga nuestra amistad. Cuéntame de qué va; dime qué has visto y qué te preocupa; qué es lo que tiene lógica y lo que no. Sabes perfectamente a qué me refiero. Por ejemplo, para empezar, ¿se trata de verdad de un doble crimen como consecuencia accidental de un robo? ¿O el robo es una pantalla para ocultar el crimen?

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