Читать книгу Si tuviera que volver a empezar.... Memorias (1934-2004) онлайн

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Fieles, responsables, trabajadores, deseosos de superación laboral, cultural y social –los sindicatos tenían una fuerza impresionante–, eran las cualidades que pude distinguir en los catalanes. Creo que los conocí desde un principio, pues no me fueron extraños. No podía yo suponer entonces que este análisis quedaría confirmado ampliamente tres años después, cuando en plena guerra civil tuve que recorrer y admirar muchas de sus ciudades y las alturas pirenaicas leridanas. Estos tres meses fueron muy fructíferos en mi formación como montador óptico. Las prácticas eran de biselado de lentes, acople en monturas metálicas, de celuloide y al aire, reparaciones en general y por predominar las monturas en oro, había que especializarse en soldadura. Era época en que aún se utilizaba el monóculo y esto lo realizábamos en cristal –se desconocía el plástico en lentes ópticas– y sobre el bisel plano realizábamos con lima y aguarrás, ranuras transversales que permitían al usuario poder mantener el monóculo en la órbita del ojo. La elaboración en taller de los bifocales era uno de los procesos más laboriosos y difíciles de la profesión y sólo lo realizaban los profesionales más adelantados. Yo quise ser uno de ellos y lo conseguí. Consistía en cementar sobre el cristal adecuado de visión lejana, en su parte inferior, respetando ejes, centros y altura, la lentilla esférica, con su adición para la visión de cerca. Para esta unión se calentaba el cristal de lejos sujeto con pinzas especiales exponiéndolo a la llama de gas o lamparilla de alcohol, se calentaba también la lentilla esférica donde dejábamos caer una gota de bálsamo del Perú asentándola en el sitio adecuado del cristal de lejos, produciéndose entre las dos capas múltiples burbujas que iban desapareciendo dándole a la lentilla un ligero movimiento oscilatorio con la ayuda de un palillo de corcho. El técnico que me dirigía, que a su vez era el jefe del taller, se llamaba José Carrasco y se sorprendía de mi habilidad para captar todo tipo de trabajo. Lo bien cierto es que mi formación iba contra reloj y consciente de ello no perdía el tiempo y creo que conseguí el propósito de mi padre, que el haberme enviado a Barcelona obedecía a su obsesión de que cuando yo fuese oftalmólogo, dominase a la perfección la interpretación óptica de las recetas prescritas. Regresé a Valencia a finales de septiembre muy satisfecho de mi estancia en la ciudad condal, dispuesto a afrontar mi último curso de bachillerato.


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