Читать книгу Los días y los años онлайн
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Bueno, por qué no veíamos lo de julio y agosto, le dije. Ahí estaba encima de la mesa. ¿Quería que leyéramos lo que yo había hecho?, pero antes lo de él. ¿Y Raúl?, preguntó. Que estaba escribiendo con el Chale.
Afuera empezaron a golpear una puerta. El ruido era insoportable, como martillazos sobre metal. Salimos al pasillo, los golpes venían de la celda de Baldovinos, lo había encerrado.
–Abran esa puerta –decía Jacobo apartando a los que se encontraban cerca–, ¡qué ocurrencias! ¿No tienen nada que hacer?
Mientras Gilberto ponía en orden su trabajo bajé a la celda de Raúl por las copias que le faltaban a mi parte y que habíamos estado leyendo un día antes. Toqué en la puerta y adentro preguntaron qué quería. Abrió Raúl y aparto la cortina. Al fondo de la celda estaba Saúl, a quien todos le dicen el Chale por su tipo oriental, sentado frente a la máquina de escribir y con un gran vaso de Nescafé al lado.
–Cerramos porque es una lata. Entran y salen como si estuvieran en su casa. Todo el que no tiene que hacer llega silbando y se mete en lo que no le importa, se llevan los cigarros: son una peste.