Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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«Aquí puede usted dejar el auto, Carlos», le dice Juan Lucas, pasándose la mano por los cabellos. Mira por la ventana antes de abrir la puerta, aquí también le quieren cuidar a uno el carro. Abre la puerta, ¡váyanse!, ¡no molesten! Abre la puerta de atrás, por aquí, Susan, conmigo, vengan, Bobby, Santiago. Conocen el camino al mausoleo de la familia, Santiago, papá. Avanzan entre tumbas, pabellones de nichos, siempre más pabellones de nichos, enormes colmenas blancas, frías que se cierran y ya no reciben más; otras personas como ellos pero no se ven, se cruzan silenciosas, nunca se tocan, aprensivas casi; mujeres con pomitos de alcohol y que limpian, un sacerdote, jardines y también flores. Aquí. Un sacerdote los esperaba, bajan a lo frío, entran al mármol, recién ahora los vuelven a notar: los hombres de la funeraria proceden técnicos, profesionales de lo irreparable, entendidos de la tristeza, trabajan la más terrible escena, el sacerdote ahora para lo otro. Cinthia, tú, angelito, junto a tu padre. Cemento. La mano de Juan Lucas se extiende y tiembla unas letras, una crucecita, devuelve el badilejo y los abraza, lentamente los hace subir, no miran atrás, avanzan iguales a todos los hombres, entre el viento y los jardines, entre los muertos. Llegan a la reja, salen, Juan Lucas dirige, los hace pasar, Bobby, Santiaguito, Susan con él. Afuera tantos niños han cuidado el carro, no se enteran, parecen el fin de algo.