Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

99 страница из 166

Después fue todo lo del aeropuerto. De ahí fueron directamente al cementerio. Órdenes de los señores: que no viniera nadie, que no querían ver a nadie, solo Bobby y Carlos para que maneje. Juan Lu­cas dirigía cada paso con un gesto amargo en la boca, como si es­tu­vie­ra soportando una fuerte acidez estomacal, li­ge­ra­mente despeinado, un saco que tal vez hubiera preferido no usar una tarde así. Susan se había dopado. Recordaba haber tenido un pañuelo en la mano y una cajita llena de pastillas de diferentes colores, ¿en qué momento? Abrió los ojos y vio marrón por sus anteojos de sol el aeropuerto, marrón el pecho de Juan Lucas, ven, mujer. Carlos se encargaba de Bobby, aferrado a San­­tiaguito.

¡Dios mío!, ¡cuándo se va a acabar todo esto! El Mercedes avan­za­ba por barrios feos, antiguos, pobres, ¿Lima?; seguía a la carroza fú­­ne­bre por calles extrañas, hostiles, viejas, nuevas para ella, solo cuan­do murió Santiago, ¡Dios mío!, ¡Dios mío! Susan, amor. La gente iba viendo pasar esos dos vehículos; hombres y mujeres sen­tados en las veredas, en las puertas de sus casas los miraban pasar; algunos ni­ños cruzaban la pista y volteaban también a mirar curiosos, odiosos, pobres. Una curva, una recta más ancha ahora y la gente le­jos en la ve­­re­­da, vamos avanzando. El po­licía los deja pasar, que si­­ga, que sigan, respetuoso, con el brazo.

Правообладателям