Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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En Chosica las cosas marchaban como para que los de Europa se quedaran años allá, si querían. Julius se sentía cada vez mejor, hasta bizqueaba menos, en realidad ya casi no bizqueaba aunque siempre se le veía muy flaco, sobre todo la carita de frente, por las orejas pegadas con esparadrapo y cinta engomada. Toleraba a la señorita Julia sin quejarse pero encontraba que Julio Verne era mucho más entretenido. Lo había descubierto en uno de sus pa­seos por Cho­sica Baja, mientras Vilma se iba de ojitos con el dependiente de una librería. Chosica Baja deslumbraba a Julius con su mercado lleno de frutas y de animales muertos colgando de inmensos garfios. Últimamente había empezado a ir todos los días con Vilma y Nilda para lo de la compra de los víveres. Ya hasta lo conocían y lo recibían con sonrisas: era el niñito ore­judo que venía con la cocinera insolentona y el ama requetebuena.

Un día, paseándose por ahí, descubrió a un pintor norteamericano con barba, pipa y zapatillas de tenis. Ese sí que lo cautivó de arranque, sentado ahí superraro, pintando a los vendedores y apren­­diendo palabras en castellano. Era tartamudo el gringo y simpati­quísimo. «¡A mí, míster!, ¡a mí, míster!», le rogaban los pla­ceros y él les contestaba que po-poco a poco, porque no podía pintarlos a todos al mismo tiempo. Pero en cuanto descubrió a Julius con su canasta rebalsando y con Vilma al lado, les dijo que po-por favor no se fueran, que los que-quería pintar. Y en cosa de minutos hizo su diseño, ya después le pondría colores porque Julius se estaba cansando de sostener la canastota con el pescadazo y porque todo lo que iba diciendo mientras posaba le parecía realmente gracioso y digno de mayor atención. Vilma casi se muere de miedo cuando los invitó a tomar una gaseosa y a conversar un rato. Julius dijo que bueno, pero ella se negó, otro día, estaban apurados. Sin embargo, en ese momento apareció Nilda con su canasta llenecita de ajos, coles, apios, cebollas, etcétera, y nada más por darle la contra a Vilma di­jo que sí. Se fueron los tres a un bar-restaurant, una especie de enorme terraza sobre el río, junto al puente colgante.

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