Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Ahí Nilda se tomó una cerveza de las grandes y habló hasta por los codos con el míster, contaba y contaba de la selva. Vil­ma, en cambio, seguía la conversación sonriente pero sin intervenir. Julius era todo ojos y oídos porque Peter, así se llamaba el pintor, ya había estado en la selva y se conocía Iquitos, Tarapoto y Tingo María co­mo la palma de su mano. Además había navegado por el Amazonas y había estado en Brasil, en Belem do Pa­rá y todo. Ahora estaba via­jando por el Perú y se ganaba la vida pintando. Lo de la barba era por flojera de afeitarse y la pipa ca­si nunca la encendía, pero no po­día qui­társela de la boca. «Es el chupón del míster», comentó Nil­da y sol­tó una carcajada con caries y dientes de oro por montones. Peter no entendió la broma y se limitó a sonreír y a preguntarle más sobre la selva. Ahí sí que Nilda se desató a contarle todo lo que sabía y más. La cosa para ella era seguir hablando, hablar y hablar, exhibirse con el mís­ter en la mesa y cautivarlo, a él y a Julius, a todos, dejarlos con la bo­ca abierta y que Vilma quedara como una sosa; a ver también si a punta de ser entretenida le li­gaba su pinturita. Era una mañana feliz para Julius; nunca antes la Selvática había contado tantas historias sobre la selva, nunca antes las serpientes habían sido tan venenosas, ni las tarántulas bebes tan terribles, ni la araña del plátano tan chiquitita y tan fregada. Ignoraba por completo las épocas de la historia, Nilda; hizo mierda la cronología de la selva peruana; su niñez, su juventud, su mayoría de edad en Tarapoto, todo lo iba mezclando y, poco a poco, la selva se fue convirtiendo en un lugar donde los chunchos, completamente calatos para la ocasión, iban y venían por lo verde-pe­li­groso, desde el campamento de los lingüistas hasta el de los evan­gelistas, por ejemplo, y en el camino se cruzaban con cau­cheros multimillonarios, mucho más ricos que el papá de Julius que en paz descanse. Nilda se acordaba hasta de los nombres de los que encendían cigarrillos con billetes y se construían pala­cios en plena selva. La pobre hizo todo lo posible por cautivar al míster pe­ro él no se decidió a pintarla, prefería escucharla mientras hablaba y ya después fue muy tarde, había que regresar para que Julius almuerce. Total que Peter y Julius casi no llegaron a conversar, pero quedaron en verse de nuevo y el pintor prometió avanzar con el cuadro para el día siguiente.

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