Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Vilma se fijó bien que Julius no se hubiera ensuciado la ropa y le humedeció la boca con una toallita perfumada. Sabía que estaba prácticamente sano y que lo del vómito era por otra cosa, mejor pues que no se enterara nadie y mucho menos los médicos y el de las inyecciones. Palomino se puso de pie al verlos aparecer, ni se fijó siquiera en Julius, en cambio a Vilma casi se la come con los ojos. «¿A quién tengo que ponerle la inyección?», preguntó. Sabía perfectamente que era al niño, pero quería que ella se lo dijera, para replicar qué lástima, mientras aprovechaba unos rayitos de sol que se filtraban para hacer brillar bien las iniciales del maletín de médico. Vilma sonrió, coqueta.

La señorita de las inyecciones no volvió más. Se pasó su mes de descanso y nada. Era Palomino quien venía siempre ahora; venía hasta cuando no le tocaba ponerle inyecciones a nadie. Y se pasaba horas conversando con Vilma, cosa que aburría bastante a Julius. A todos menos a ella les cayó antipático con su bicicleta, sus ternos azul marino y su maletín negro. Se creía un medicazo el tal Palomino, pero lo que no sabía era que Carlos, Celso y Da­niel lo querían matar. Nilda, por otro lado, gritaba que Vil­ma era una tal por cual y que esperara no más a que llegara la señora, a que se enterara, ya ni se ocupaba del ni­ño Julius por andar coqueteando con el enfermero ese. Palomino despreciaba olím­pi­­camente a todos, ni siquiera los saludaba. Cada día se pasaba más horas metido en el jardín y una vez hasta se olvidó de ponerle su inyección a Julius por estar conversando con Vilma. Otra vez, vino con máquina de fotos y la tuvo posando largo rato. Carlos y los mayordomos habían salido, Nilda andaba ocupada con su hijo y Ar­minda y su hija sabe Dios por dónde an­darían. Lo cierto es que el po­bre Julius estaba loco por salir a buscar al pintor Peter en el mercado. Le había dicho que iba a ir esa tarde, pero Vilma no le hacía caso. Y Palomino hasta le gritaba que se aguantara un poco, que no fregara. Así, hasta que Vilma apareció en ropa de baño, una que le había regalado la se­ñora y que le quedaba a la trinca. Parecía aspirante a rumbera con esas poses de artista tan mal aprendidas. Lo que sí es verdad es que estaba como mango la chola, y Palomino dale que dale, fo­to y foto, desde todos los ángulos, en blanco y negro, hasta en tecnicolor, según él, y las horas pasaban y el pobre Julius esperando. Por fin se escapó.

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