Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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El pintor Peter del mercado lo introdujo al grupo y le dijo tartamudísimo que ya le tenía listo el cuadro y que se lo iba a regalar. Después le preguntó por Nilda y por Vilma, y Julius le contó que se habían quedado ocupadas en la casa, por eso había tenido que venir solo, pero no se había perdido ni nada. Peter sonrió. Estaba muy atareado con sus clases vivas de castellano (así le llamaba él a conversar con la gente, por la calle). La verdad es que aprendía y mucho, pero su acento era francamente malo y no faltaba quien lo tratase burlonamente. Con cariño, eso sí; cariño y respeto porque el míster se había convertido en una especie de institución en el mercado, siempre pintando, siempre conversando, siempre contando de su país, de sus viajes, siempre con la pipa en la boca, tartamudeando además. Mucho trabajo le costaba comunicarse con los nacionales, pero insistía.
Unos diez minutos después se despidió de todos y se fue con Julius hasta el kiosko donde tenía guardada la pintura. Julius la cogió con ambas manos y estuvo largo rato mirándola, antes de decir que le gustaba y que muchas gracias. Ahí estaban él y Vilma igualitos y la canastota con el pescado asomando por el borde, los puestos de verduras sirviendo de fondo. Pintaba muy bien su amigo. Julius le dijo que se iba a llevar el cuadro a su casa y que lo iba a colgar en su dormitorio. Su casa en Chosica era nueva, explicó, faltaban cuadros. El pintor Peter del mercado le preguntó si quería venir al restaurant sobre el río a tomar una gaseosa. Claro que quería.