Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Estuvieron largo rato conversando frente a las botellas. Julius res­pondía con precisión a todas las preguntas, le contó enterita la historia de su familia. Nada conmovió tanto al gringo como lo de la carroza que tenían en Lima. Estaba loco por pintarla el pobre, pe­­ro seguro cuando Julius regresara a Lima él ya estaría en Cuzco o Pu­no, aún no conocía esas regiones. Para Peter, era simplemente genial la ingenua versión que Julius daba sobre el esplendor de su familia, so­bre su padre, sobre la belleza de su madre, sobre el entierro de Bertha, sobre el tío abuelo romántico y la pianista tuber­cu­losa. Insistía con sus preguntas, quería saber más, pero empezó a notar que se excitaba demasiado cuando hablaba de su hermana Cinthia, no podía recoger el vaso de la mesa, palidecía.

Por eso le preguntó si había cruzado el puente colgante. Muy ati­nada su pregunta porque la idea de cruzar el río por el puente que tiembla lo fascinó. Vilma nunca había querido llevarlo por ahí. El grin­go llamó al mozo y pagó las gaseosas. «Vamos», le di­jo, y se pu­sie­ron en camino. Antes de entrar, le hizo notar cómo temblaba to­dito y le preguntó si tenía miedo. Que no, le res­pondió Julius, ade­lan­tándose tranquilamente. Allá iba solito, se acer­­caba demasiado al borde, Peter espantado pero no le decía ni pío, no porque fuera un monstruo sino porque tenía sus ideas muy modernas sobre la educación de los niños.

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