Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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No pudo terminar porque Vilma se le fue encima desesperada, y empezaron a matarse contra las paredes, contra los sillones, rodando por el suelo entre chillidos, alaridos, gemidos.

En el jardín, Palomino escuchaba los gritos sin saber bien a qué atenerse; aún no lograba determinar su exacta procedencia, oía ¡auuu!, ¡ayyy!, ¡suélteme!, ¡socorro!, y hasta ¡Palomiiiino!, pero las puertas estaban cerradas y nada podía hacer por intervenir. Los minutos pasaban, ya se había dado bien cuenta que las dos mujeres se estaban matando, empezaba a inquietarse el pobre, lo asustaba pensar que podía verse envuelto en un lío mayor. Y los gritos seguían, escuchaba clarito los alaridos de las mujeres, se estaban matando allá arriba. Nilda le había arañado íntegra la cara a Vilma y ahora Vilma la había cogido por el cuello y la estaba acogotando. En eso llegaron los hombres de la casa. Entraron cargando una cama que acababan de bajar del Mer­cedes y se dieron con Palomino haciéndose el sobrado en el jardín. Sintieron ganas de matarlo, pero entonces escucharon los alaridos. Carlos soltó la cama y partió la carrera, abrió la puerta principal y subió corriendo hasta los altos. Ahí lo primero que vio fue a las dos mujeres, ya casi sin fuerzas, pero todavía tratando de hacerse daño. Tenían los uniformes rasgados, hechos trizas. Vilma sollozaba tirada en un rincón; en una de las úl­timas caídas se había roto el meñique y, cuando Carlos la vio, se defendía solo con las piernas de los esporádicos ataques de Nilda.

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