Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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Esa misma tarde le enyesaron el dedo a Vilma. La pobre andaba muy dolorida, pero hacía todo lo posible por disimular y por mostrarse eficiente en sus tareas. Seguía a Julius de cuarto en cuarto y trataba de complacerlo en todo. A la hora de la comida, él empezó a contarle lo que había hecho durante la escapada. Le contó que había estado casi todo el tiempo con su amigo el pintor Peter del mercado, que después había ido un ratito a ver a los mendigos y que si no hubiera sido por la madre esa, habría regresado mucho antes a la casa, ella no había querido dejarlo venirse solo. En esas estaba, cuando Vilma notó que empezaba a ponerse muy nervioso, más hablaba, más excitado se iba poniendo. Y seguía hablando, repetía la historia, la cambiaba cada vez, como si necesitara seguir hablando, nunca lo había visto así. Corrió a llamar a Nilda, con quien acababa de hacer definitivamente las paces, se habían liberado las cholas, como el mito griego se habían reconciliado por la lucha, por el dolor. La Selvática llegó fingiendo calma y dispuesta a ayudar a su colega, pero Vilma notó que desde que entró al comedor, Julius hablaba más aún, más rápido que antes, mucho más rápido, las cosas empeoraban en vez de mejorar. De golpe perdió el apetito y, mientras contaba y contaba de él y de Peter, iba soltando ya no quiero, llévense el plato, su amigo el pintor lo había llevado hasta el río, llévatelo Vilma, le había presentado al viejito del hotel de madera de la Estación, no tengo hambre, del Ferrocarril Central. Vilma salió disparada a llorar en la cocina. Nilda tampoco aguantó, se fue para mandar en su lugar a los mayordomos. Julius sintió un profundo alivio al ver que entraban los dos mayordomos sonrientes y con las caras enteritas. En seguida llegó Carlos con el frasquito de calmantes, el médico había dicho que recurrieran a ellos si era necesario.