Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Si no hubiera sido por Dora, la hija de Arminda, la lavandera, se habría podido decir que todo marchaba perfecto en Chosica. Los médi­cos ya para qué iban a venir, Julius no podía estar mejor. A Palomino solo hubo que reemplazarlo tres o cuatro veces, no se ne­cesi­taban más inyecciones. A Vilma el dedo le quedó muy bien cuando le quitaron el yeso; se estaba portando a las mil maravillas. Por las tardes, salían todos en el Mercedes y se iban hasta el Palomar o a presenciar partidos de fútbol que veintidós cholos, con veintidós uniformes distintos, toda clase de zapa­tos y hasta descalzos, jugaban en canchas improvisadas al borde de la carretera. A veces también había partido en el Parque Central, pero ahí sí cada equipo con su uniforme y todos con sus chimpunes. Al regresar de uno de esos par­­­tidos, una tarde, encontraron a Arminda hecha polvo: Dora se había escapado con el heladero, se había largado con él a Lima.

Cuando volvió, Arminda la recibió a bofetadas, hasta la amenazó con el cuchillo de la cocina, pero Nilda se lo reclamó inmediatamente. Qué no le dijo, la pobre Arminda. Y Dora insolen­tísima. Ni caso. Burlona. Altanera. ¡Dónde habría aprendido! Respondona. Nilda sugirió quemarle la lengua, si fuera su hijo... Se iba a morir del colerón la pobre señora Arminda, tan buena, tan corazón noble como era. ¡Si se lo estaba diciendo! ¡Qué falta de educación por Dios! ¡A su madre! Ya le iba a pegar. Sí, que le pegara. Así. ¡Cuarenta años!, ¡más de cuarenta años con la cabeza metida en un lavadero y los pies helados! ¡Friega que te friega! ¡No!, ¡no tenía alma! ¡Era un monstruo como su padre! Gritaba y gritaba, la pobre Arminda, se iba a morir del co­­lerón, Julius estaba asusta­dí­simo y ahora el be­be de Nilda berreando, Dora protegiéndose como podía de los golpes y Nilda extrayendo el seno. Al día siguiente, Dora había desaparecido. Dejó una notita diciendo que se iba para la sierra con el hela­de­ro de D’Onofrio. Arminda agachó la cabeza para envejecer.

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