Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Los dos se aguantaban. «Ábrete Sésamo», parecía decir Carlos, parado inquieto ahí en la terraza, esperando que se abriera la puerta del avión, a ese animal sí que le tenía mucho miedo, el cielo para los ángeles, gallinazo no vuela más alto del techo, pero ¿por qué no abren? Ya hasta se estaba poniendo agresivo el chofer, se autocri­ti­caba y to­do: pero ¿qué te pasa?, ¿qué tanta emoción?, ni que fuera tu mamá la que llega, llega tu jefe y nada más... Pero no bien vio que se abría la puerta del avión, se quitó la gorra, llega la pa­troncita, y em­pezó a tararear valsecitos criollos, como siempre que se mortificaba por al­go que no debía mortificarse. «¡El señor Juan Lucas!», exclamó, al ver­lo aparecer en la escalinata. Julius postergó el vómito para otro día y empezó a hacer adiós como loco. En efecto, ahí es­­taba Juan Lu­cas, vestido para la ocasión (probablemente el día en que haya terremoto aparecerá Juan Lucas gritando ¡socorro!, ¡mis palos de golf!, y perfectamente vestido para la ocasión). Junto a él, una aero­moza que hubiera querido pasar una temporada con él: la ni­ña andaba en la época aventurera de su vi­da, volaba y aún no quería casarse. Pero se fue a la mierda cuando apareció Susan; eso que apareció aterrada, como diciendo adónde me han traído, no reconocía, sabe Dios en qué había estado pensando en los últimos minutos. Linda, de cualquier manera, mucho más linda ahora que se mataba haciéndole adiós adiós adiós, sin haberlo visto todavía. Se quitó las gafas de sol y casi la mata la luz inmediatamente se las volvió a poner, ¿dónde está Julius? «¡Allá, ma­má!, ¡allá!», le gritaba Santiago, en la oreja, por el aire, «¡allá!, ¿no lo ves?». Veía a Carlos, no veía a Ju­lius. ¡No importa, mamá!, ¡ba­ja! ¡No dejas pasar a nadie! Se habían apropiado de la escalinata. ¡Apúrate!

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