Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

137 страница из 166

Al día siguiente, por la mañana, llamó Susana Lastarria. Su­san sintió una extraña mezcla de pena y flojera al oír su voz en el teléfono. Con verdadera resignación soportó media hora de su envidia y le contó todo lo que quería saber del viaje, de la boda, sobre todo. Finalmente, cuando ella creía que ya iba a terminar, Susana le preguntó si iba a celebrar el santo de Julius. Susan hizo un esfuerzo gigantesco para recordar, captar y expresar en pa­labras la manera de pensar de su prima: «No», le respondió; «creo que aún es muy pronto para tener fiestas en casa; aunque se trate de niños».

–¡Claro! Me parece muy bien. Tienes toda la razón. Qué di­ría la gente...

Llegó el cumpleaños de Julius, pero no los regalos de Europa, y tuvieron que correr a comprarle un tren eléctrico. Vino un hombre pa­ra armarlo y él se pasó toda la tarde haciéndole demasiadas preguntas. Por fin, a eso de las seis, el tren empezó a funcionar en una sala y toda la servidumbre apareció, aprovechando que el señor no estaba. Julius decidió cuál era la estación de Chosica. Prácticamente se olvidó del tren cuando empezó a contarle de Chosica a su ma­má, que era toda para él esa tarde, hasta las siete, en que tenía que cambiarse para un cóctel. Le contó del pintor Peter del mercado, de los mendigos y, cuando se arrancó con lo de Palomino y las inyecciones, Nilda dijo que era hora de cocinar y se marchó. Pero tanto miedo fue en vano porque estuvo de lo más atinado y solo contó lo que se podía contar. Lo hizo tan bien, además, que Susan empezó a agradecerles y a decirles que nunca olvidaría lo buenos que habían sido, el señor los iba a recompensar. Inmediatamente ellos replicaron que no lo habían hecho por interés, a lo cual Su­san, a su vez, re­­­plicó diciendo que trajeran helados para todos, Coca-Cola también. Nilda volvió a aparecer trayendo al monstruito, seguida por Celso y Daniel con los azafates.

Правообладателям