Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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–¿Quién va a ser el arquitecto? –preguntó, en un esfuerzo triun­fal, feliz, como el atleta que cruza la raya primero, perse­guido.

...Le parecía maravilloso haberlo recordado así, acercán­do­sele sonriente, enamorándose de ella, ahora que la casona con que él so­ñó empezaba a envejecer...

Conchudo Carlos se metió a dormir en la carroza, una tarde de fuerte calor. Le gustó y decidió que, en adelante, ese sería el lugar pa­ra su siesta. Llegaba, se quitaba la gorra, la embocaba por la ven­tana y se subía sin pensar que era la hora de Julius. Le cambió íntegro el or­den de su mundo. Normalmente, los indios, a lo más, llegaban al pescante para que él, desde el inte­rior, alargara un brazo por la ventana y lo despachara de un solo tiro. Pero, de pronto, una tarde llegó y se lo encontró muy bien instalado, durmiendo en el viejo asiento de terciopelo. «¿Por qué estás ahí?», le preguntó, ingenuo, y por toda respuesta tuvo un pedo, acompañado de la palabra conchudo, porque soy un conchudo. En seguida empezó a roncar y él sa­lió disparado a avisarle a Vilma, que estaba terminando de almorzar en la repostería. Nilda intervino gritando que no se acusaba a na­die pero que había hecho muy bien en venir a decir. Vilma no se inmutó hasta que Ju­lius les preguntó qué quería decir conchudo. «Ven», le dijo.

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