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Y ese verano Susan, Juan Lucas y sus hermanos iban diario al Golf; Carlos se pasaba la tarde desocupado o sea que no había nada que hacer. Solo esperar que despertara, a eso de las cinco y media, y subir a conversar un rato con él.

–¿Qué quiere decir conchudo? –le preguntó, una tarde.

–Yo, por ejemplo –le dijo Carlos, bajándose grandote de la ca­rroza–. Vamos –agregó, desperezándose–; ya va a ser ho­ra de tu baño; Vilma te debe estar buscando.

Media hora después, era él que la buscaba: no había ido a llamarlo a la carroza, no estaba en la cocina, tampoco en los altos. Tenía que estar en su dormitorio. Julius se dirigió hacia la escalera de servicio y, cuando se aprestaba a subir, se encontró con Santiago bajando nervioso, agitado. Pensó que había regresado muy temprano del Golf, pero como ellos casi nunca se hablaban, se limitó a darle pase y subió hacia el dormitorio de Vilma. «¿Se puede?», preguntó. Le encantaba preguntar ¿se puede?

–¡No!, Julius. ¡Un momento! Un momentito, por favor. Ya te voy a abrir. ¡Qué horror! ¡Pero si se me ha pasado la hora de prepararte tu baño!

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