Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Había invitados en el palacio. Celso y Daniel, elegantísimos, pasaban azafates llenos de bocaditos y de aperitivos. Susan, linda, triunfaba. Tenía esa manera maravillosa de llevarse hacia atrás el mechón rubio que le caía sobre la frente; reía, entonces el mechón se derrumbaba suavemente sobre su rostro y todos enmudecían mientras echaba la cabeza hacia atrás, ayudándose ape­nas con la mano, la punta de los dedos; los hombres se llevaban las copas a los labios cuando dejaba el mechón en su lugar, la conversación se reanudaba hasta la próxima risa. Más allá, Juan Lucas comentaba el día de golf con tres igualitos a él y de rato en rato se reían y eran varoniles y solo de­cían cosas bien dichas. Celso se acercó al grupo y dijo algo en voz baja; algo que debió ser muy gracioso porque Juan Lucas estalló en sonora carcajada y buscó a Susan entre los invitados.

–¿Has escuchado eso, mujer?

–No, darling, ¿qué?

–Aquí el mayordomo me cuenta que el chofer está deses­perado porque Santiago se ha robado uno de los carros.

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