Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Susan estaba pensando que el arquitecto debía tener una novia o algo y que en el futuro mejor viniera con ella. Estaba muy excitado el muchacho y tal vez sería conveniente que no bebiera más. Hi­zo la prueba de decirle a Celso y Daniel que no le sirvieran más vino, pero fue inútil: cuando el azafate no venía al arquitecto, el arquitecto iba al azafate. Y volvía corriendo con la copa llena para no perderse un instante de Susan, la pasión de su vida. Y hubo vinos tintos franceses y postres y licores y el joven brillante dale y dale y adorando a Susan, ya no dejaba que Las­tarria colocara una sola palabra. Quería bailar además, y pedía que subieran un poco la música, que no se escuchaba bien afuera, mientras iban saliendo todos a la terraza. Juan Lucas se enteraba de esas cosas sin verlas, por costumbre, por ósmosis o por lo que fuera. Y tenía sus métodos; tantos años de vuelo le habían ense­ñado que nada era peligroso en esta vi­da. Susan vino a decirle que el arquitecto... pero él la cogió del brazo y ella lo adoró y quedó segu­rísima de que una vez más Juan Lu­cas resolvería el asunto alegremente cuando llegara el momento. Por ahora estaba hablando de un club de golf en Chile y de un ganado para engordar que traían de la sierra, más unas avionetas para una fábrica de harina de pescado, esto último a Lester Lang III le interesaba mucho. Bobby se había encargado de alzar el volumen del estereofónico y el arquitecto bailaba con Su­san, para desespe­ración de Lastarria. Susana, horrible, trataba de no bostezar entre un grupo de mujeres que tenían o no hi­jos, pero que habían man­tenido la silueta; sabía quiénes eran, sabía quiénes eran sus padres, quiénes sus esposos, pero no las había vuelto a tratar desde la época del Sagrado Corazón. La pobre no sabía qué hacerse entre ellas porque no querían recordar el colegio ni tampoco hablar de hijos que ya deberían estar acostados y no robándose el carro de la casa. Además ella no conocía al profesional argentino, el que había llegado hace poco en reemplazo del otro, este se quedaba más en su lugar, pero así em­­­pezó el anterior también y terminó casándose con la socia in­dicada y ya la gente empezaba a aceptarlo en lugares que no fueran el campo de golf, eran tremendos los profesionales argentinos. Muchas de esas mujeres usaban bikini todavía y se bañaban en la pis­cina del Club y salían retratadas en los periódicos, los lunes por la mañana. Su­sana se estaba preguntando quién llevaría esos hogares, quién se ocuparía de esos niños, cuando sabe Dios por qué alzó la ca­ra y di­visó a Julius, asomado por la ventana de su dormitorio. Su deber era avisarle a su prima.

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