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III

Pero el jueves nadie salió del palacio en todo el día. Nadie salió porque esa noche la señora Susan partía con Cinthia a los Estados Unidos. El médico decidió que eso era lo mejor, las cosas iban tomando proporciones, la chiquilina no andaba muy bien que digamos, no quería pecar de alarmista el médico, pero mejor partir a curarse en un hospital de Boston, sí sí, era preciso actuar con rapidez, ni un mi­nuto que perder. Inmediatamente empe­zaron los preparativos, las llamadas telefónicas a las agencias de viajes, los ajetreos del pasaporte, la locura de las maletas. Todos en palacio bajaron el tono de voz desde que se anunció el via­je, y Julius aprendió que los Estados Unidos na­da tenían que ver con el Central Park instalado últimamente en el Campo de Mar­te, lleno de ruedas Chicago y mil atracciones más en inglés; los Estados Unidos quedaban mucho más lejos que eso, ¡uf!, muchísimo más, quedaban del aeropuerto, por el cielo oscuro, a ver piensa lo más lejos que puedes pensar, mucho mucho más que eso, lejísimos... «¡No!», gritó, pero un llanto tenue humedeció en seguida la carita ardiente de rabia, ganándola para la tristeza.

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