Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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–¡Pero tú no tienes casa en Ancón! –Y desapareció.
El mago todavía se cortó un dedo imaginario, se sacó un brazo imaginario, le atravesó una espada a su partenaire en pleno corazón y en fin, varias pruebas más que lograron calmar un poco a los niñitos, bien excitados se les notaba. Julius volvió a sentarse junto a Cinthia y Vilma, con tres uñas destrozadas, buscaba la mirada de Víctor.
Ya los niños habían regresado al jardín y allí esperaban que mamá o el chofer viniera a recogerlos. Habían iluminado todo con luces de mil colores y las caras de las amas se veían pálidas, casi tan blancas como sus uniformes. Ya lo único que querían era que los niños no se ensuciaran más, no tardaban en venir por ellos. Y ahí los iban llamando por su nombre y apellido, que a fulanito, que a menganito, que a zutanito, y se iban retirando, previo beso de la señora Susana, en la puerta y previa cara de odio de Rafaelito, también en la puerta.
Más alegre era la cosa por el bar del castillo. Ahí Juan Lastarria, Susan y Chela, más otros familiares o amigos que habían aceptado pasar un ratito a beber un whisky, fumaban y conversaban alegremente. Claro que no faltaba alguna pesada que insistía en hablar del colegio de su hijo, pero en general, el ambiente era propicio para que Lastarria pudiera entablar conversación con Susan y decirle my duchess, mil veces más y sentirse en la gloria cuando ella le decía darling, delante de medio mundo. Así la vida era más agradable, así sí que valía la pena vivir y para eso se había trabajado tanto en la vida, así, hablando de nuestros antepasados, de tu abuelo, Susan, tan británico en todo, tan señor, como ya no los hay y con ese nombre tan sugestivo, Patrick, estudió en Oxford ¿no?, ¡cuánta tradición! A Lastarria le fascinaba todo lo inglés, el castillo era una buena prueba de ello y por eso era tan maravilloso tener a Susan, nieta de ingleses, hija de inglés, educada en Londres, metida en el bar, ahí ya no faltaba nada ni nadie.