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–¡A ver!

–Abracadabra –pronunció Julius, poniendo las manos unos veinte centímetros encima del cenicero.

El mago, bien empolvado y su partenaire, toda pintarrajeada, mi­raban a Julius como implorando.

–¿Y ahora? –preguntó Rafaelito, furioso.

–Ahora yo puedo sacar la piedrecita sin tocar el cenicero.

Vilma terminó de comerse una uña, empezó con la otra y Cin­thia suspiró como aliviada.

–¿Cómo?

–Mira, para que veas.

Rafaelito se abalanzó sobre el cenicero, levantándolo para comprobar que la piedra seguía allí abajo. En ese momento, la manita de Julius, temblorosa, robotiana, retiró la piedrecita.

–¿Ya ves? –dijo–; no he tocado el cenicero.

Al principio nadie entendió bien lo que había ocurrido, en realidad los niños tardaron un poco todavía en desternillarse de risa, pero ya Juan Lastarria había empezado a arrancarse bigotitos, Susana a odiar para siempre a Susan, linda, mientras el ma­go hacía volar palomas por todo el castillo, sacaba millones de huevos de todas partes y casi se traga el maletín. Julius miraba a Cinthia y los niños empezaban a aplaudir, cuando Ra­fae­lito, verde y todo inflado de ra­bia, gritó:

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