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–Yo iría, pues, a la esquina.

–Pero yo no le conozco, oiga –y una sonrisita.

–El jueves, yo también puedo tomar mi salida.

–¿Y cómo sabe que salgo el jueves? –otra sonrisita y una mirada a los niños.

–Usted me lo ha dicho.

–¿Y si es de mentiras?

–¿Capaz le gusta a usted mentir siempre?...

–Yo no le miento a nadies.

–¿Entonces es de verdad?

–¿Y usted cómo sabe?

–¿Será, pues, usted misteriosa? –andaba impaciente el pobre Víctor, las manos sudorosas y todo.

–¿Cree usted? –una sonrisita, tres como gemiditos y los oja­zos bien negros y brillantes: toda ella la chola y realmente her­mosa.

–¿Se habrá usted contagiado del mago, diga?

–¡Jesús! ¡Qué cosas dice usted! ¿No ve que tiene su señora, el mago?

–¿Cómo vivirán esa gente?... dizque son artistas...

–¿Vio cómo sacaba cuánta paloma del sombrero?

–Puro truco no más.

–¿A lo mejor sería usted también truquero? –bien seria hizo Vilma esta pregunta.

–Yo nunca le miento a una dama –recitó Víctor con la seguridad de que no podía fallarle su librito; lo había comprado en el Mercado Central y se llamaba El arte de enamorar. Ya varias veces le había servido.

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