Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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–¡Qué galante! –dijo Vilma, mirando coquetona hacia lo alto del árbol: ahí estaba la plataforma desde donde Rafaelito les había arrojado mil terrones, inmediatamente volteó a mirar a los ni­ños: conversaban lejos de los demás niños y siempre cerca de ella, la miraban de reojo.

–Nada me cuesta ser galante frente a una joven hermosa.

–¡Jesús! ¡Cuánta galantería! –exclamó Vilma, sonriendo–; me voy a poner ufana.

Este era el momento en que, según El arte de enamorar, él debía preguntarle si le gustaban las películas románticas, para que ella le di­jera que sí, y, entonces, él poder decirle que también era de tem­pe­­­ra­mento romántico. Pero el famoso librito no se ponía en el caso de que el asunto transcurriera bajo un árbol y no en el cine. Por eso Víctor anduvo un instante desconcertado y sin saber qué decir, hasta que finalmente se arrancó de nuevo con el asunto de la salida del jueves.

–¿Y si yo fuera a esperarla el jueves?

Esto estaba por verse; y también lo que estaba ocurriendo en el centro del jardín: tumulto y gritería y Vilma miró hacia donde acababa de verlos: ni Cinthia ni Julius. Partió la carrera, atravesó medio jardín gritando ¡Julius!, ¡Julius! Del tumulto salían varios niños a gatas, los perros, y sus amos, otros niños, los más grandecitos, que los llevaban atados del cuello con sogas y correas. Y Julius y Cin­thia en medio de toda la gritería, Cinthia tosiendo, discutiendo, que ¡no!, que ¡sí!, gritaba Rafaelito, ¡que tenían que jugar como todo el mundo!, ¡que Julius se dejara poner el cinturón al cuello! Julius también gritaba que no, y Cin­thia agregaba que si querían jugaban pero que ella sería el perro de Julius. Entonces Vilma, aún desconcertada, vio cómo Cin­thia se arrojaba al suelo, se ponía en cuatro patas y se en­roscaba un cinturón en el cuello: «Vamos, Julius, ¡co­ge!». Julius cogió, Vilma los estaba ayudando a salir del grupo, pero en ese instante vieron las gotitas de sangre que resbalaban por el bracito de Cin­thia. Cinthia se soltó como pudo y partió la carrera gritando ¡no tengo nada!, ¡no tengo nada!, ¡quédate con Julius!, ¡voy donde ma­mita!, y tosía mientras iba corriendo.

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