Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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Julius nunca ha sabido, no ha querido saber cómo fue toda la escena adentro, en el bar. Solo recuerda que la tía Susana vino a buscarlo al jardín y le dijo que ya se tenía que ir. A la salida, en la puerta, su tío Juan se despidió de él y no se olvidó de besarle la mano a su duquesa. «No es nada, Juan; nada, darling; debe haberse lastimado la naricita por dentro». Susan se despidió de todos, linda y nerviosa.
Todavía, al llegar al auto, Carlos, el chofer y Víctor se pelearon por abrirles la puerta.
¡Cinthia! ¡Adorada Cinthia! No; no tenía ni una sola manchita; estaba impecable, fresca, sonriente, peinadita, con la carita lavada; ni un solo indicio para asustar a Julius que te miraba el brazo, adorada Cinthia, mientras regresaban a casa, por fin se había acabado otro santo de los primitos Lastarria, esas mierdas. Y ahora regresaban, irían de frente a la tina y luego a camita. Mamá también, que estaba linda sentada ahí adelante, volteando de rato en rato a mirarlos: qué preocupaciones traían esas dos criaturitas, siempre nerviosas, siempre enfermándose, esa noche iba a quedarse en casa, no saldría, lo llamaría por teléfono porque ahora sí ya Cinthia empezaba a preocuparla. Sus hijos mayores nunca habían dado tanto que hacer, estos crecían sin padre, entre amas y mayordomos, inevitable y eran tan frágiles, tan inteligentes pero tan frágiles, tan distintos, tan difíciles, ¿un internado? No, Susan, tú no eres mala, nunca lo has sido, eres simplemente así, no puedes estar sola, aburrida, sin tu gente, dando órdenes en un caserón con niños, tus niños, Susan... Un mayordomo abrió la reja del palacio y el Mercedes se deslizó suavemente por el camino que llevaba hacia la gran puerta. Allí estaban los demás, hasta Nilda la Selvática, los estaban esperando, los habían esperado toda la tarde y ahora los recibían sonrientes, alegres, dispuestos a responder a las mil preguntas de Julius. Pero algo debieron notar, alguna señal debió hacerles Vilma, porque de pronto como que fueron desapareciendo. A Susan le molestaba que andaran por toda la casa, últimamente se metían por todas partes, entraban en todos los cuartos, eso no pasaba en la época de Santiago; claro, es que ahora vivían con los chicos y ella era impotente para evitarlo, no tenía ni tiempo ni ganas, a duras penas fuerza para unas cuantas órdenes, como ahora: que lo bañara, que la acostara, que trajera el termómetro, que al médico ya no se le podía llamar hasta mañana, que le diera sus remedios. Y Vilma inmediatamente empezaba a ocuparse de todo; los llevaba a los altos, les traía su comidita, la acostaba, lo bañaba, le avisaba a la señora que ya podía venir a darles las buenas noches y se quedaba todavía un rato con Julius, conversando, riendo, bromeando, como si quisiera que le tocaran el tema, como si quisiera hablarle de eso, ¿entendería?, de que Víctor, al abrirle la puerta del auto, le había dicho que el jueves la esperaba en la esquina, a las tres en punto, el jueves le tocaba su salida.