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Bonita encrucijada es esta para el gestor. ¿Debe el centro invertir en proyectos de innovación, o solo ayudar en su gestión? Y si invertimos, ¿no habrá alguien que nos acabe acusando de favorecer a “nuestros amiguetes”? La respuesta a esta última pregunta es que sí, sin duda ninguna, pero hemos de asumir que eso va en el sueldo. La respuesta a la primera es más profunda, y tal vez no sea simplemente sí o no, sino cuantitativa. Puede haber centros donde esta inversión no tenga sentido, o no sea posible (por ejemplo, por estar sometidos a un presupuesto público), a la vez que otros sí puedan disponer de recursos propios que se puedan destinar a este fin. ¿Pero cuánto? ¿Y por qué unos proyectos sí y otros no? ¿Y qué cantidad es razonable?

Los centros deberían tener respuestas a estas preguntas antes de que se plantee la situación. Cuando se plantea, afortunadamente, la decisión no suele corresponder al gestor, pero su papel asesor será clave para inclinar la balanza a uno u otro lado.

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