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Porque, al fin y al cabo, la salud femenina se medía en aras a su fertilidad. Así, por ejemplo, y para introducir otro tipo de casuística, nos encontramos en las fuentes regulación normativa sobre la fecundidad de las esclavas –aunque también de las mujeres libres–ssss1. A diferencia de las matronas, las esclavas no podían acceder al matrimonio –sus uniones se denominaban contubernio–, pues carecían de capacidad jurídica, por lo que el objetivo de su procreación nada tenía que ver con lo estudiado hasta ahora. En estos casos, el hecho de tener descendencia aumentaba su valor en el mercado, lo cual hacía sumamente suculenta la explotación de sus vientres, puesto que venderla estando embarazada demostraría su salud y la buena fe del que vendía. A este respecto, uno de los aspectos que se tenía en cuenta era, no sólo la capacidad para concebir, sino también para traer al mundo nuevos esclavos; así pues, se cuestionaba a la esclava que diera a luz siempre a criaturas muertas, la que tuviera la pelvis tan estrecha que le impidiera alumbrar, o incluso a la que menstruase de un modo poco regular, siempre que no existiera causa subsanable que lo justificase. Así, “si la esclava, cuyo parto se vende, fuera estéril o mayor de cincuenta años, habiéndolo ignorado el comprador, se obliga el vendedor por la acción de compra”ssss1.

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