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Mi presencia inesperada indignó tanto a Isabel que me insultó de forma cruel y despreciativa, y su grosería causó en mí tal impacto que reaccioné de una forma violenta. Sin poderlo evitar, empujé con todas mis fuerzas a aquel individuo, con tan mala fortuna que golpeándose la cabeza contra un tronco de árbol, cayó fulminado por tierra. Isabel gritó, se arrodilló y cuando comprobó que aquella persona no respiraba, se alzó y, mirándome fijamente a los ojos, me dijo:

—Lo has matado, asesino. ¡Está muerto!

Ella a toda prisa salió de aquella zona de árboles gritando: «¡Lo has matado!». Sentí pánico, y por un instante quedé inmóvil, sin saber qué hacer. No pude comprobar lo que ella proclamaba y salí de aquel laberinto a toda prisa tratando de alcanzar a Isabel, pero cuando me encontré en la carretera, ella había desaparecido en la oscuridad. A paso ligero recorrí de nuevo el camino de regreso a la taberna donde Carlos festejaba su despedida de soltero.

III

—Capu, ¿tienes hambre? Ven, vamos a colocar los cartones en la acera, que ya está seca. Mira, ahí viene esa señora, la que siempre nos da algo… Buenos días, muchas gracias y le deseo que mañana tenga suerte. ¿Juega Vd. a la lotería?

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