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—Capu, ¿comemos algo? Cuando oyes la palabra comer te despiertas, ¿eh? Espera, que vuelvo enseguida.

»Según comentan, el gordo ha caído en un pueblo de Barcelona o Badalona… Bueno, nosotros a lo nuestro. ¡Anda, qué hueso te he traído! Yo tengo un bocadillo de atún.

»Hoy ha sido un día de buen recaudo. La gente ha sido muy espléndida con nosotros y he dado mil gracias a todos cuantos nos han ayudado a llenar la gorrilla. Todo es gozo y alegría en las calles madrileñas.

»Ya lo sé, Capu, ya lo sé. ¿Y si fueras tú quien tratara de contarme algo? Pero con alguien tengo que hablar, ¿no? Además, estoy convencido de que tú de alguna forma me entiendes, ¿verdad? Es que como me miras tan fijo pues creo que me escuchas, ¿sabes? Te sigo contando…

Faltaban casi dos semanas para la ceremonia y aunque no era mucho el tiempo de que disponía, pude averiguar, entre otras cosas, que una cooperativa agrícola necesitaba a jóvenes para realizar la recogida de la uva en la vendimia al sur de Francia. ¡Qué ironía! Verme mezclado en vinícolas, labor que tanto desprecié en mi propia tierra y familia. Pero no podía permitirme esperar a elegir algo que fuese de mi gusto, de modo que me alisté y me escogieron. El permiso de trabajo, así como el documento de salida del país, me lo proporcionó la cooperativa. Unido a otros jornaleros, cruzamos la frontera un dos de septiembre con destino a Burdeos.

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