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Alguien dio el aviso de que una mujer vestida de blanco con un ramo de flores en la mano se acercaba a paso ligero hacia la iglesia, acompañada de un caballero vestido de oscuro, y en la pendiente de calle Parras se divisaba un auto parado envuelto en una gran nube de humo negro.

Entre tanto desconcierto, pensé que era el momento oportuno de marcharme y, a sabiendas de que todos los vecinos de la casa de calle San Bartolomé se encontraban en la iglesia, aproveché la ocasión para poder recoger mis pocas pertenencias y desaparecer sin dar más explicaciones. Nunca supe si se casaron.

La vendimia duró apenas nueve días y, como era obvio, yo no regresaría a España con el resto de los compañeros, de modo que estuve planificando mi estancia en Francia. Durante ese tiempo, conocí a una persona que captó mis conocimientos en el vasto mundo de los vinos y me ofreció la posibilidad de poder representar vinos franceses en la región de Normandía. No era precisamente lo que deseaba hacer, pero era el comienzo de una nueva etapa de mi vida y no podía rechazarlo. De modo que después de pensarlo acepté la propuesta de trabajo, pero antes decidí visitar París. Rondaba en mi mente desde que pisé suelo francés y ahora tenía la oportunidad de hacerlo.

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