Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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Ella se quedó sentada, mirándome sonriente, y me indicó que me sentase de nuevo a su lado. La tranquilidad, poco a poco, fue volviendo a mí y con ella la consciencia de lo que había sucedido. Sorprendentemente, volví a recuperar mi mente, mi nube, y con ellas mi seguridad. Fue otra sensación extraña, porque me di cuenta de que, aunque seguía produciéndome un dulce desasosiego, estaba en condiciones de comunicarme con ella. Era como si lo que acababa de experimentar hubiese facilitado superar mi etapa de balbuceo y se hubiese establecido un vínculo de comunicación que iba más allá de lo verbal. Un vínculo espiritual. Me acerqué, me senté otra vez a su lado, la miré y conseguí sonreír:

—No más lecciones, por favor. Por hoy ya he tenido bastante.

Tomó una de mis manos entre las suyas, me miró con esa mirada que me traspasaba y me sonrió con una expresión entre ternura, comprensión y una pizca de socarronería seductora. No sabría si esta descripción, sobre todo la última palabra, se acercaba a la verdad o era más bien fruto de mi deseo, que, a pesar del susto, seguía latente en algún rincón de mi calenturienta mente. Aunque también sospechaba que su ternura socarrona se podía deber a que se había percatado de la turbación que me producía, lo cual me causaba, si cabe, mayor azoramiento.

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